martes, 4 de septiembre de 2012

ENTRE LAS MANOS APRETADAS




2666, y ahí me quedé. Todo lo que ha escrito Roberto Bolaño (Santiago de Chile 1953 – Barcelona 2003), ha sido para llegar a esa novela (lo de antes) o para partir de esa novela (lo de después) hacia otros lugares. Alguien me ha dicho que el estilo de Roberto Bolaño es, precisamente, que carece de estilo, por lo que podemos asegurar que tiene un estilo propio, un universo firme y peculiar, intenso, que lo ha llevado a explorar otras latitudes de la narración. En Amuleto, narra las vicisitudes de Auxilio Lacouture, que, tras quedar encerrada en el baño de la facultad de filosofía y letras durante la ocupación policial de 1968, emprende un camino memorístico que no sólo la lleva a la remembranza del pasado, sino que proyecta, más allá del tiempo presente, un futuro que vislumbra con la misma clarividencia. De ahí que la realidad de su pasado se alce a una especia de vida visionaria, como un dolor que redime.




Su irregularidad narrativa es rápida, vertiginosa, como si fuera saltando entre casualidades, entre retazos de historias sueltas que conforman, a la postre, el núcleo de un texto que recorre parte de la intelectualidad mexicana en un monólogo trepidante y descorazonador, a ratos inconsciente, otras veces hondo y simbólico. La cotidianeidad, la inocencia, el descubrimiento de la propia condición, se van alternando con la vinculación que Auxilio Lacouture tiene con escritores como León Felipe, Pedro Garfias o Arturo Belano, en una suerte de dispareja relación que ocupa un escenario de paisajes nocturnos y ámbitos distantes. Una novela, en resumen, que no defrauda, que muestra la altura literaria de un escritor prematuramente desaparecido y que ha dejado un legado que, a buen seguro, nos irá llenando las papilas gustativas de una buena lectura.

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